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Flavio Aecio y Atila el Huno (página 2)




Enviado por ramiolra ramiolra



Partes: 1, 2

La emigración de los Yüeh-chih de Kansu, por presión de los Hsiung, data aproximadamente del año 180. Alcanzaron el territorio de la Bactriana griega, estableciéndose allí. La corte china envió al oficial Chan Ch'ien, al frente de una especie de destacamento-espía, con el fin de establecer contacto con los Yüeh-chih y exhortarlos a formar una alianza. Este objetivo diplomático-militar no se habla logrado aún cuando Chan Ch'ien reapareció en la capital, en el año 126 a. C., tras realizar un viaje lleno de aventuras a través de Asia. Pero informó sobre un mundo hasta entonces desconocido para los chinos, el del Irán helenizado. El Ta-yüan de las tierras occidentales corresponde al paisaje de Fergana y posiblemente refleje el nombre de los tocarios. De allí obtuvieron los chinos noticias sobre el vino de uva de una población sedentaria y rica; llegaron a China plantas de cultivo procedentes de Asia sudoccidental: alfalfa, importante como forraje para los caballos, y también caballos. Según investigaciones recientes, es probable que la importación a China de caballos procedentes de Asia sudoccidental no se debiera solamente a intereses mercantiles, sino que existieron también razones religiosas. Las expediciones enviadas a Sógdiana por el emperador Wu, en los años 104 y 101 a. C., debieron estar motivadas por la superstición del emperador, quien vela en los "celestes caballos" de Occidente un medio para obtener la inmortalidad; actitud ésta que concuerda con lo que se sabe sobre la personalidad del emperador, curiosa mezcla de pragmatismo y superstición. Estas expediciones militares de los chinos colocaron la cuenca del Tarim bajo soberanía china y debilitaron el poder de los Hsiung-nu. En el siglo I a. C. el imperio Hsiung-nu fue descomponiéndose gradualmente; en el año 53 el soberano del grupo meridional se sometió a los chinos, y un nuevo avance de éstos hacia Asia occidental infligió una nueva derrota en Sogdiana a las fuerzas Hsiung-nu que quedaban en pie. Así, aproximadamente desde mediado del siglo I, la cuenca del Tarim se encontraba bajo administración militar china; una amplia red de guarniciones garantizaba la posición adquirida por los chinos, sin que por ello desaparecieran los pequeños reinos autóctonos.

El curso posterior de la historia muestra que no siempre pudo mantenerse la preponderancia en Asia central, conquistada en las luchas que se desarrollaron bajo Wu y sus sucesores. Pero con ello el imperialismo chino conoció el camino de Occidente. Las fronteras actuales del estado chino en Asia central, marcadas por la provincia de Sinkiang, corresponden en lo fundamental a las conquistas realizadas ya bajo los Han. Las influencias y bienes culturales procedentes del territorio iraní llegados a China por esta vía revistieron gran importancia para la civilización de China. Por las rutas de la seda llegó también a China, a partir del siglo 1 d. C., el budismo, y con él una gran cantidad de nuevos elementos que vendrían a enriquecer la civilización china.

 a) Conquistas

La guerra civil se había librado principalmente en el norte y en el centro de China. Así es como se reforzó el movi-miento migratorio hacia el Sur, iniciado ya con las inundaciones. Los colonos se trasladaron hasta el corazón de Yünnan, Annam y Tongking, territorios que hablan sido ligados mas estrechamente al imperio por el general Ma Yüan al ser enviado éste en el año 42 d. C. a Tongking, donde dos años antes habla estallado una rebelión que fue entonces sofocada. Con todo, la soberanía china sobre estos territorios debió haber sido seguramente nominal.

No obstante, la emigración de las regiones septentrionales y del Noroeste se debía también a otras razones. Durante la guerra civil diversos pueblos extranjeros habían irrumpido nuevamente o se hablan instalado en estas zonas. Aunque en el año 48 d.C. se produjo una división entre los Hsiung-nu y se quebró su confederación, ello no redundó únicamente en beneficio de los chinos. Diecinueve tribus de los llamados Hsiung-nu del Sur se pusieron bajo la protección de los Han, pues se encontraban acosados por los Hsien-pi y los Wu-huan. Por un lado fue grata su llegada, pues se esperaba poder utilizarlos en Shansi y en el arco del Huangho para afianzar las fronteras, como se esperaba de las tribus tibetanas toleradas entre el Huangho y el Kuku Nor; pero por otro lado, estos Hsiung-nu y tibetanos crearon muchos problemas a sus vecinos chinos con sus saqueos e incursiones. Por otra parte, entre el año 60 y 70 d. C., las secciones de los Hsiung.nu que se habían retirado hacia el Norte volvieron a hacer sentir su presencia y lograron cierta influencia en Turkestán, donde los estados tributarios de China, excepto el rey de Yarkend, rompieron sus vínculos con el imperio Han. En el año 73 se puso en marcha una primera campaña dirigida por Tou Ku. El clan Tou, que estaba emparentado con la casa imperial, se contaba entre los más fervientes partidarios de una política ofensiva con respecto a Asia central, política que fue luego puesta en práctica bajo los emperadores Chang (76-88) y Ho (89-105). Tou Hsien y Pan Ch'ao derrotaron a los Hsiung-nu del Norte en varias batallas, siendo el segundo quien más avanzó, llegando en el año 94 hasta el extremo occidental de la cuenca del Tarim. Pero el protectorado chino no duró mucho; en el año 107 se retiraron ya las guarniciones del exterior. Económicamente el imperio no se encontraba en condiciones de mantener durante mucho tiempo su presencia militar en estos gigantescos territorios; hubo que conformarse con que las comunicaciones por tierra con Asia sudoccidental no se cortasen totalmente. Por otra parte, alrededor del año 107 se desencadenaron una serie de disturbios entre los tibetanos asentados en la parte oriental de Kansu, recrudeciéndose una y otra vez durante una década e impidiendo temporalmente que el gobierno central pudiera controlar la región del Noroeste. Todo este proceso fue una de las causas de que el contacto y el comercio con el lejano Occidente se realzase cada vez con más frecuencia por vía marítima.

Aún había esperanzas, pues, de que Roma pudiese resistir el choque de las invasiones, de que los invasores pudiesen ser asimilados y convertidos en romanos, y de que los emperadores pudiesen gobernar como antes. La gran barrera era la religión. Los germanos eran arrianos, y para la población romana, que era católica en su abrumadora mayoría, esto era peor que el hecho de que fuesen germanos.

Pero aun esta situación podía haberse suavizado. Si pudiera detenerse la historia en un punto, podría absorberse casi todo cambio.

Pero la historia no se detendría. Roma se estaba desmembrando, y penetraban en ella nuevos grupos de invasores toscos y bárbaros más rápidamente que lo que podía ser romanizado un grupo de ellos. Estas nuevas oleadas podían haberse aplacado por sí solas, pero en realidad eran impelidas, pues los hunos estaban nuevamente en marcha.

Después de su conquista de los territorios ostrogodos y visigodos medio siglo antes, los hunos habían permanecido en calma. Pero en 433 un gobernante llamado Atila llegó al trono. Astuto, ambicioso y en modo alguno sólo un bárbaro, embarcó otra vez a los hunos en una agresiva política de expansión. Durante la mayor parte de su reinado, dirigió sus ataques hacia el Sur, a través del Danubio, y esparció la ruina y los saqueos por las provincias del Imperio de Oriente, obteniendo grandes ganancias como botín y tributos.

Luego se dirigió al Oeste por diversas razones. El Imperio Oriental estaba ansioso de sobornarlo para que se alejase, como antaño había sobornado a Alarico, una generación antes. Además, el Imperio de Oriente ofrecía una resistencia desesperada, y Atila pensó con razón que el Imperio Occidental, más débil y en un estado más avanzado de desintegración, sería una presa mucho más fácil.

Llevó su ejército al Oeste a través de Germania, obligando a algunas de las tribus a cruzar el Rin en huida. Entre ellas se contaban los burgundios, que habían habitado a lo largo del Rin central y ahora se lanzaron al sudoeste de la Galia, ocupando la región que rodea al lago de Ginebra. Más al norte, los francos cruzaron el Rin inferior y penetraron en el norte de Francia.

En 451, los hunos cruzaron el Rin, y por primera y única vez en la historia, guerreros altaicos estuvieron al oeste de este río. (Europa volvería a temblar ante invasiones de otros guerreros asiáticos, entre ellos, mongoles y turcos, pero ninguno llegaría tan al Oeste.) En ese momento, los dominios hunos llegaron a su máxima extensión, pues cubrían una franja de tierra, a través de Europa central y oriental, que tenía cuatro mil kilómetros de largo.

El Emperador de Occidente era por entonces Valentiniano III, y el general principal era Flavio Aecio, hombre capaz que había estado mucho tiempo entre los visigodos y entre los hunos.

Aecio había ejercido el gobierno imperial en la Galia durante años, enfrentando a un grupo de bárbaros contra otro, para que ninguno llegase a ser demasiado fuerte. También se entregó a rencorosas intrigas contra otros generales imperiales, y es difícil saber si hizo más bien que mal a Roma a largo plazo, pues nunca pareció vacilar en dar prioridad a su provecho personal antes que al del gobierno.

Por ejemplo, fue su rivalidad con otro general lo que llevó a la creación del Reino Vándalo en el norte de Africa y a la pérdida, para Roma, de una importante fuente de cereales.

Aecio había combatido contra los visigodos y no había vacilado en emplear tropas hunas siempre que quisieron luchar de su parte. Pero ahora los hunos eran el principal enemigo, y Aecio dio media vuelta. Se alió con su viejo enemigo, el anciano Teodorico I, rey de los visigodos, y, junto con otras tribus germánicas entre las que figuraban los francos y los burgundios, se volvió contra los hunos.

El ejército de Atila tampoco era exclusivamente huno. Tenía muchos aliados germánicos y un fuerte contingente ostrogodo, pues éstos se hallaban bajo la dominación de los hunos desde hacía ochenta años.

Atila trató de dividir a las fuerzas que se les enfrentaban anunciando que no había ido a luchar contra el Imperio, sino sólo contra los visigodos. Conocía bien a Aecio y pensaba que sería fácil que éste se retirara y dejase que los hunos luchasen contra los visigodos. Pero, por una vez, Aecio no jugó sucio y se mantuvo firme.

Antes de que las fuerzas imperiales pudieran alcanzarlo, Atila se había dirigido a las murallas de Aurelianum (la moderna Orleáns) y hasta se había afirmado dentro de la ciudad. Pero cuando llegaron las fuerzas imperiales, se vio obligado a retirarse.

Los ejércitos se encontraron en los Campos Cataláunicos (la principal ciudad de esta región es Chalons), a unos 190 kilómetros al noroeste de Orleáns. No fue tanto una batalla de romanos contra hunos como de godos contra godos.

Aecio colocó sus propias tropas a la izquierda del frente y a los visigodos a la derecha. Los aliados más débiles fueron apostados en el centro, por donde -según esperaba Aecio- Atila (que siempre se colocaba en el centro de su línea) lanzaría el ataque principal. Así ocurrió. Los hunos atacaron por el centro y penetraron en las líneas enemigas, mientras los extremos de las lineas de Aecio se cerraron sobre ellos y los rodearon. Cuando la batalla terminó, las fuerzas imperiales habían vencido claramente.

Si la victoria hubiese sido aprovechada adecuadamente, los hunos podían haber sido exterminados y Atila muerto. Pero Aecio, el intrigante, pensó que su principal preocupación debía ser impedir que sus aliados se hiciesen demasiado fuertes. Teodorico, el viejo rey visigodo, había muerto en la batalla, y Aecio urgió al hijo y heredero del monarca, Torismundo, a que retornase rápidamente a Tolosa para asegurarse la sucesión. Los visigodos fueron retirados apresuradamente del lugar de la batalla, con lo cual perdieron la oportunidad de expandir su reino gracias a la victoria.

Este fracaso de la expansión visigoda convenía a Aecio, por supuesto. También estaba seguro de que una guerra civil mantendría ocupadas las energías de los visigodos, y tenía razón. Torismundo subió al trono, pero al año fue muerto por su hermano menor, quien entonces reinó con el nombre de Teodorico II.

Aunque Aecio había logrado una ventaja, perdió los beneficios a corto plazo. Sin sus aliados visigodos, Aecio no tenía fuerzas suficientes para perseguir a los hunos. El resultado de la batalla de los Campos Cataláunicos fue expulsar a Atila de la Galia, pero a causa totalmente de las maquinaciones de Aecio, no terminó con la amenaza de los hunos, como fácilmente podía haber sucedido.

Atila pudo reorganizar su ejército y tomar aliento. En 452, invadió Italia. Puso sitio a Aquileya, ciudad del extremo septentrional del mar Adriático, y después de tres meses la tomó y la destruyó. Algunos de los habitantes, huyendo de la devastación, buscaron refugio en las lagunas pantanosas del oeste. Éste, según la tradición, fue el núcleo inicial de lo que más tarde sería la famosa ciudad de Venecia.

Italia estaba postrada ante Atila, como cuarenta años antes lo había estado ante Alarico. Los hunos podían haber tomado Roma como los visigodos, pero a último momento se retiraron. Algunos dicen que la causa fue el temor supersticioso de Atila ante la aureola de Roma y del papa León I, quien fue a su encuentro con todos los ornamentos papales para pedirle que no destruyese a Roma. Otros, menos románticos, dicen que se retiró gracias a un considerable presente en oro que el papa León I llevó consigo.

Sea como fuere, Atila abandonó Italia. Al volver a su campamento bárbaro, en 453, se casó nuevamente, añadiendo otra esposa a su numeroso harén. Participó en una gran fiesta y luego se retiró a su tienda, donde murió durante la noche, al parecer de un ataque, causado quizá por los excesos de la celebración.

Su Reino quedó dividido entre sus muchos hijos y se derrumbó casi inmediatamente bajo el impacto de una revuelta germánica, que estalló tan pronto como se difundió la noticia de la muerte de Atila. La dominación huna llegó a su fin y los hunos desaparecieron de la historia

Profesor :Ronald Ramírez Olano

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Ramiolra Ramiolra

 

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